Thursday, January 12, 2006

TEATRO: CRITICA
Varias voces para un mensaje único
En "Ni la más puta...", que hace en Mar del Plata y en Capital, Fernando Peña sugiere que no conviene guardarse las emociones.
Camilo Sánchez. MAR DEL PLATA ENVIADO ESPECIAL
Como si se tratara de una sesión de jazz o una partida de naipes, los espectáculos de Fernando Peña se arman o se desarman mientras la noche sucede. Desde el mismo título, que sugiere a lo Peña ese andar un poco a la deriva, en Ni la más puta… el actor parece empeñado en jugar a fondo con esa opción de navegar sin rumbo fijo. Peña permanece a la espera de calibrar la temperatura del escenario y la platea para seguir, con el vértigo necesario, lo que le vayan indicando sus golpes de intuición.
Un perchero abierto, un bar de living, un sillón: con eso sólo cuenta Peña en el escenario cuando sale con un enterito de leopardo y flores en la cabeza para presentarse como Mega, la travesti uruguaya. "Quedáte, así parezco más linda", le ordena a un asistente que terminará casi formando parte del show.
Mega sobrevuela sobre cuestiones que la vienen obsesionado: la función de los bailarines que acompañan a las coristas en los teatros de revista, los espectácu los veraniegos que pasan buena parte del show identificando a la gente —"¿Hay algún sanjuanino en la sala?; un aplauso para los rosarinos de la tercera fila"— y la estética de la heladera playera. Pide que le alcancen una. Y entonces camina Mega, fatalísima, sobre el escenario, con un artefacto azul eléctrico colgado del brazo. "¿No me afea? ¿No me tira para abajo? ¿Por qué andan con esto por toda la ciudad?", pregunta a la platea. Y después, con las primeras carcajadas, decide un silencio perdonavidas, intimidante. "¿Les costó soltar los 40 mangos de la entrada? ¿Están seguros de lo que hicieron?" Como los buenos escritores de ficción, Fernando Peña se escuda en las voces de sus personajes para narrar parte de su mirada del mundo y, cuando quiere, abandona por un instante la máscara para detallar confesiones íntimas en el formato, casi, de una entrevista pública. Muchas veces las voces —la de los personajes, la del propio Peña— se funden y confunden en la denuncia o la belleza, como si se tratara de capas de una cebolla que se caen en busca del centro, del vacío.

Sin la densidad agresiva de otros tiempos ni apelando una extensión desmesurada —aquí no pasó las tres horas de función—, Peña sacó a relucir algunas de sus máscaras mas antiguas y otras, nuevas, que acaba de estrenar. Y Mega se transformó en un actor cuarentón, casado y con dos hijas, agobiado por el viejo mandato del inolvidable Pepe Parada que lo obligó a travestirse. Y después surgió María José, lesbiana empecinada en encontrar interpretaciones ocultas en la canción infantil Manuelita. Y también la creación más reciente, un evangelista negro, traducido por un cubano, que solicita el diezmo con mucha elegancia y carisma. "No creo en las iglesias, pero en todo caso las iglesias negras me caen un poco mejor", dirá.
En el programa de mano, el niño Peña de siete años está sentado en un sillón del Hotel Provincial, de cara al mar. El actor alude a él con ternura y cinismo. "Qué lindo chico, si me agarraba el padre Grassi", bromea. Y confiesa Peña —en una de los momentos más intensos de la noche— que si de algo siente algún orgullo es de estar cerca del actor que aquel niño anhelaba ser. Lo dice mientras se convierte en un taxista viudo, melanco, que acumula enanitos de jardín pero es capaz de ponerse alerta, a la manera de un Don Juan urbano, para sugerirnos que estamos de paso en este mundo. Y que acaso no convenga pasarla amarrocando bienes o emociones.
Ficha Ni la más puta…(Un misterio que ni siquiera yo sé resolver algunas veces) AUTOR, DIRECTOR Y ACTOR FERNANDO PEÑA SALAS ATLAS (MAR DEL PLATA, LOS LUNES) Y MULTITEATRO (CAPITAL, DE MIERCOLES A DOMINGO)

MUY BUENO GGGG


clarin