Monday, October 30, 2006

“La comedia es una liviandad que me rompe las pelotas”


Para el actor, la convocatoria de Canal 7 para hacer su ciclo Isla flotante es una oportunidad de “mostrar mi faceta artística”, en vez del lugar común del revoltoso

Extrañamente, Fernando Peña recibe a Página/12 en la selecta confitería Rond Point, en uno de esos (pocos) días en los que ni su diatriba ni sus movimientos corporales reflejan tensión alguna. Buena parte de esa serenidad que manifiesta se debe, probablemente, al comienzo de Isla flotante, el ciclo de Canal 7 que –al igual que sus personajes radiales y teatrales– no es otra cosa que una rara y deforme criatura televisiva (ver aparte). “Estoy muy contento por el programa y por estar en el 7”, explica el performer. “Aunque parezca una pelotudez, y más en mi boca, siento que por primera vez me pusieron una buena nota. Como que al revoltoso del colegio le dieron una oportunidad para decir lo que tenía que decir. Porque hasta ahora sólo veían en mí mi mala conducta y no lo que había de fondo. Soy una persona jodida y temperamental. Pero soy coherente. Siento que Rosario (Lufrano) me convocó porque decidió ver mi faceta artística”, detalla.
Actualmente con tres obras en cartel en el espacio El Cubo Cultural (Gracias por volar conmigo y las reposiciones de Ni la más puta y de Sit down tragedy), el controvertido artista que divide opiniones por igual aterrizó en la flamante programación de la emisora estatal con su primer programa televisivo: Isla flotante es una rara avis que combina cierta estética de reality show, algo de reflexión y una cuota de ficción.
“Veo que hoy el mundo es una isla flotante. Estamos solos, flotando a la deriva, sin un rumbo claro ni planificado. Quería hacer un ciclo personal y, por suerte, el 7 me dio el lugar necesario para expresarme”, subraya.
–¿Necesitaba una “aprobación” de este tipo como artista?
–No es que necesitaba una aprobación, pero sí que alguien dejara de tenerme miedo para poder darme un espacio masivo. Porque por más que el 7 mida tres puntos, esa cifra significa mucho más que la gente que puedo llegar a meter en un teatro o que me escuchan por radio.
–Pareciera que ahora tiene ganas de hacer sólo las cosas que quiere...
–Siempre fue así. Cuando hice Petti en vivo también tenía ganas de hacerlo. Duré tres envíos porque después no tuve más ganas. Lo que pasa es que una cosa es trabajar para un programa que no es tuyo y otra muy distinta es encarar en TV tu propio proyecto. Yo laburé en tres o cuatro proyectos de otros y la pasé como el orto. Por eso cuando me convocaron del 7 planteé que aceptaba siempre y cuando pudiera hacer lo que quisiera.
–Isla flotante es un programa difícil de categorizar. De hecho, casi no hay lugar para la comedia.
–Soy dramático. La comedia me irrita, me resulta una liviandad. La comedia me rompe las pelotas. Me gusta sufrir, desangrarme en el escenario. No tenía ganas de ponerme un smoking y hacer un monólogo de actualidad, o hacer Cha Cha Cha, porque esas cosas las hicieron perfectamente bien Perciavalle, Gasalla y Casero. Tampoco quería hacer Todo por dos pesos, porque lo hicieron fantástico Capusotto y Alberti, y las imitaciones actuales son horribles. No es mi estilo. Yo no sé trabajar el registro del absurdo. Mi género es el drama. Soy un puto dramático y melancólico. Quiero contar historias que le pasan a la gente, pero sin correrme al lado de Gastón Pauls: Fabián Polosecki hubo uno solo.
–¿Tenía ganas de hacer TV?
–Haciendo un programa ideado, escrito y protagonizado por mí, sin ninguna presión más que decir algo, sí. Pero meterme a luchar con estos idiotas de programadores nuevos que no saben lo que quieren y que mueven todo de aquí para allá, no. Yo me di cuenta antes de eso que Pergolini, que ahora anda quejándose por ahí para la gilada... Tampoco tengo ganas de tener la plata que tiene Pergolini: con la plata que tengo soy feliz. No soy ambicioso. Soy un tipo que vive económicamente bien con lo que gana. No tengo ganas de poner tres productoras ni de fumar habanos... Para mí, la vida no es un juego: es un trabajo muy serio. En cambio, el teatro sí es un juego, aun cuando desnudo mi forma de ser y sentir la vida. Pero la vida es una tarea muy trabajosa, para nada fácil.

Un día comentado en la vida de la Mega

Contra lo anunciado, Isla flotante, el programa de Fernando Peña, no mostró una pizca del “humor de Peña”, según insistía reiteradamente el locutor en la previa. El debut del actor/locutor en Canal 7 (que promedió un rating de 1.3 punto) fue un paseo extrañado, por momentos lentificado, otras veces matizado con canzonettas italianas para agravar el melodrama kitsch, de la mano de Cristina, alias La Mega, su criatura radial menos engolada que lo habitual. Su itinerario melancólico por la Costanera/ el zoológico/ el telo, junto a su acompañante ocasional El Molleja, comenzó con Cristina confesando al puestero de choripán que cada vez que se acuesta con un hombre se enamora, y siguió con la tournée, interrumpida cada tanto por el autor desde su escritorio trazando –por ejemplo– la genealogía de la palabra travesti. Al borde del didactismo escolar, sentenció que “si querés que alguien te ame, no te enamores demasiado”.
En sus mejores momentos, los climas de un día en la vida de Cristina concretaron una atmósfera hipnótica: largas caminatas de la mano y en silencio, romanticismo exacerbado junto a la jaula de los monos, accesos de timidez de la travesti mirando al piso, chapoteo en el jacuzzi o intimidad en el telo con ella encima de él y la cámara empalagada en sus mohínes. El talento probado de Peña afloró en la construcción de una vida de travesti apartada del lugar común de la prostitución o las plumas, y más cercana a la figura de la quinceañera que se lamenta porque ellos “sólo piensan en eso” o que repite, defraudada, la frase “otra vez el mismo tango”. Por primera vez, en Isla flotante (que en sucesivos episodios recreará conflictos y rutinas de otras criaturas de Peña), la TV espió la vida sexual de una travesti, cabalgándole al tipo o mimándose con él en el jaccuzzi, en secuencia poco efectista. Todo ocurrió en el tono moroso del fisgoneo de un reality show más que en el respeto de núcleos de narración, dejando afuera los matices de la relación con el criterio atípico de hacer primar la generalización al caso. “Otra vez el mismo tango”, siguió repitiendo La Mega.
Por fuera de todos los pronósticos, la historia de la travesti fue una novela rosa sin comicidad ni escándalo, saturada –eso sí– de interpretación. Y así fue que cada tanto, la travesti Cristina dio paso al momento estelar del Peña autor/profesor, alternando la narración con sus señalamientos que consistieron en una educación sentimental para principiantes hecha de juegos con muñequitos o cuadros sinópticos. En ese espacio, detrás de la trama, las acotaciones no enriquecieron la historia, y Peña se despachó alardeando de su método (obsesivo del uso del diccionario, cuidadoso de cada palabra, piadoso con su criatura al grito de “¡Que baile!”). Añadió, como si hiciera falta dotar de interés a lo narrado, que “podrías ser vos, vos, o aquél...”.


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